2 de mayo de 2008

Batalla en el Cielo (2005) de Carlos Reygadas

“La Virgencita le daría el remedio para aliviarse de aquellas cosas
que nunca se secaban. Ella sabía hacer eso: lavar las cosas,
ponerlo todo de nuevo de nueva cuenta como un campo recién llovido.
Ya allí frente a Ella, se acabarían sus males;
nada le dolería, ni le volvería a doler más.
Eso pensaba él”.


De “Talpa” de Juan Rulfo


Marcos (Marcos Hernández) es chofer de una familia adinerada. Su esposa (Bertha Ruiz) es vendedora ambulante en una estación del metro. Ambos han secuestrado a un niño pequeño que muere en cautiverio. Marcos, presa del remordimiento cuenta lo sucedido a Ana (Anapola Muzhkadiz), la hija de su patrón, quien se prostituye porque sí, secreto que solo conoce el empleado.

Es imposible que esta, la segunda película de Carlos Reygadas, deje indiferente a quien se acerque a ella. Los más conservadores la odiarán por sus secuencias de sexo y resaltarán el hecho que existan dos escenas de felación explícita. Se persignarán frente a la pantalla. Dirán que la desprecian aunque no resistan mirarla por el rabillo del ojo.

Y es que “Batalla en el Cielo” tiene ese poder de imán, de fuerza irrefrenable. Hay que verla más que con los ojos, con el corazón. Hay que escuchar lo poco que dicen los personajes de la misma manera. También se tiene que estar preparado para la dureza. Es un filme con un sentido de la estética, sin embargo no te endulza con imágenes “bonitas” en su acepción más fiel. Trae a la memoria los cuentos de Juan Rulfo, tan hermosos y conmovedores, pero que a la vez son un remezón, una fuerte bofetada que lejos de ponerte a la defensiva hace que ofrezcas la otra mejilla.

La escena inicial: una bella mujer de rodillas ante un hombre obeso, practicándole sexo oral. El hombre no expresa nada. Ni placer, ni asco. Nada. La cámara luego desciende para acercarse a ella. Nos topamos con su mirada e ingresamos por esos ojos a un viaje que, no tardaremos en descubrir, estará cargado de culpa, de nostalgia, de vacío y también de sangre.

Después de esa poderosa imagen, se nos sitúa en México y parte de su cotidianeidad. Soldados izando una bandera tan enorme como la plaza de armas de un Distrito Federal, que abre sus puertas para que contemplemos su fauna. Gente aglomerada que espera el metro, mientras la hora avanza acompañado de un tic tac, de muchos tic tacs. En la pantalla aparece otra vez el hombre de la primera secuencia, pero esta vez acompañado por una mujer totalmente diferente, rechoncha y bajita que comparte con él los gestos duros y la mirada tensa. Se nota la poca familiaridad ante la cámara, por más que esta se mantenga quieta y solo registre una pequeña conversación. Son personas comunes, sin experiencia actoral previa y es evidente la intención de Reygadas de querer hacer de la pantalla un espejo en el que la mayoría pueda sentirse reflejado. Robert Bresson y sus “Notas sobre el Cinematógrafo” se hacen presentes: “Nada de actores… Sino el empleo de modelos, tomados de la vida… SER (modelos) en lugar de PARECER (actores)”.

Bresson se respira en esta cinta de Reygadas y vamos encontrando más sentencias: “Lo importante no es lo que me muestran, sino lo que me esconden y sobre todo lo que no sospechan que está en ellos”. El director mexicano las pone en práctica. Por eso los protagonistas no aparecen excesivos, sino más bien herméticos. Casi no hablan entre ellos, incluso en los primeros planos de los rostros, es poco lo que se puede adivinar en esos ojos vacíos. En este aspecto, es la música la que nos guía. Es por ella y sus compases de recorrido procesional religioso, que sabemos que el inexpresivo Marcos lleva un infierno en la conciencia y que ello agregado a su rutina de chofer de familia rica, lo está llevando a un límite que tampoco conoce bien.

El camino hacia esa frontera es corto y sin escollos. Marcos tratará de encontrar alivio en el cuerpo de Ana, esa ninfa que también guarda secretos. Ella lo acoge porque en esos monosílabos que son sus respuestas, advierte soledad y pesar. Su desnudez es lo único que le puede ofrecer para acercarlo a la vida, esbozando un perdón. Sin embargo, al igual que el enfermo Tanilo de “Talpa” de Rulfo, Marcos cree que hay cosas que solo puede lavar la Virgen. Y ella, madre celestial, madre cruel, entre Ave Marías y cánticos, lava los pecados con dolor físico, con exposición pública, incluso con muerte. Es el costo por purificar el alma y la conciencia.

Con el perdón a cuestas, Marcos redimido y “limpio”, ya no tiene más batallas que librar. Así quizás, pueda ver todo distinto y lo gélido se torne cálido. Tal vez le devuelvan una sonrisa o un “te quiero”. En esa posibilidad está su cielo.

3 comentarios:

Andrés Mego dijo...

"Batalla en el cielo" es una película muy especial. En lo personal, prefiero "Japón" de este director y después "Luz Silenciona". Pero no se puede negar que "batalla..", con su hermetismo y algunas escenas que son a la vez chocantes pero coherentes con el conjunto, te deja con una sensación que no se suele encontrar. Muy buena reseña.
saludos
andrés

Leny Fernández dijo...

Hola Andrés:

"Batalla..." es de esas películas que provoca sensaciones extrañas, pero gratificantes a la vez, bueno al menos eso me ocurrió a mi. Aunque he de admitir que algunas veces la sensibilidad está más predispuesta a ello.

Qué gusto tenerte por aquí. Gracias por comentar.

Saludos!

Anónimo dijo...

Language has created the word "loneliness" to express the pain of being alone, and the word "solitude" to express the glory of being alone.