21 de julio de 2011

El cisne negro ( 2010) de Darren Aronofsky


Nina Sayers (Natalie Portman) debe alcanzar la belleza en su próximo movimiento de ballet. Pero esa belleza no radica en la perfección, sino en la visceralidad, en dejar fuera sus miedos, en eliminar cualquier rastro de ese aire angelical que parece indesligable de su rostro de proporciones perfectas. La dicotomía del rol protagonista que encarnará en la puesta de “El lago de los cisnes”, acelerará ese proceso de transformación.

En 2009, Darren Aronofsky estrenó El luchador, película que marcó el retorno por todo lo alto de Mickey Rourke con un papel que parecía emular su propia historia. No obstante, el problema de esa cinta residía en haber contextualizado el flagelo vivido por el personaje principal –el cual mostraba la crudeza de la lucha libre-, con un innecesario drama familiar y romántico, que restaba fuerza a la decadencia que tan bien había sido mostrada tras bastidores y que alejaba de la leyenda a esos hombres de cuerpo esculpido a base de esteroides.

Todo lo contrario sucede en El cisne negro, en el que no hay lugar para costados amables. El clima de pesadilla abarca el íntegro del metraje, sin otorgar respiros a su protagonista, quien soporta los cruentos embates de sus fantasmas internos. Precisamente, es ese aspecto el que ha incomodado a muchos, quienes no han dudado de tildarla de “efectista”, por el montaje acelerado y sin tregua, así como por las dosis de grand guignol. Sin embargo, el ritmo del relato y las laceraciones sufridas por Nina, no se pueden considerar excesivas cuando encuentran plena justificación en el quiebre emocional planteado, el cual no se limita solo a la búsqueda de la perfección, sino que trata más de una aceptación de la adultez y, por ende, el de asumirse desprotegida ante los lobos urbanos, esa jauría humana que pareciera estar siempre al acecho de almas frágiles.

En ese sentido, la sensación de acoso no cesa en este filme del realizador de Réquiem por un sueño (2000). El personaje principal tiene que enfrentar la asfixia que le provoca los únicos ambientes que frecuenta: en su hogar, es la madre (Barbara Hershey) -antigua bailarina- quien se ocupa de su cuidado personal, incluso en detalles íntimos, mientras en la escuela, es su instructor (Vincent Cassel) el que le pide que deje de lado sus reparos y saque a flote su cariz más avezado. Asimismo, Lily (Mila Kunis) la muchacha que, con su presencia, amenaza con quitarle la posición alcanzada en el cuerpo de ballet, busca un permanente contacto con Nina, de quien le divierte su mirada huidiza y temor a flor de piel. Todos ellos, sacan algún provecho de la protagonista, ya sea engordando su propia vanidad, o por el simple hecho de sentirse poderosos frente a su inexperiencia.

El cisne negro y su despliegue de frenesí, se acerca más a una pasión de tonos operáticos -en que el horror cobra una buena cuota-, y, en consecuencia, se desmarca del mero drama psicológico. Aronofsky no ha realizado una banal exposición de artificios, solo ha dirigido esta cinta sin temer a las miradas conservadoras y susceptibles, que hubieran preferido ahorrarse casi dos horas de vívido asomo por el infierno.