30 de octubre de 2007

A propósito de Deborah Kerr – The Innocents de Jack Clayton

“Otra vuelta de Tuerca” de Henry James es una de las mejores novelas de terror psicológico que se hayan escrito. De ella, se hicieron muchas adaptaciones para cine y televisión, no obstante la más célebre, la que realmente capturó toda la ambigüedad, el desconcierto y el clima escalofriante de la trama, fue la que realizó Jack Clayton en 1961 con el título de “The Innocents”.

En esta versión, Clayton nos presentaba a una Deborah Kerr madura (en ese momento con 40 años) haciendo el papel de Miss Giddens, una institutriz puritana que llega a la mansión de Bly para educar y velar por los hermanos Flora y Miles, huérfanos de padre y madre, quienes se encuentran a cargo de su tío, un millonario soltero que vive en la ciudad y que no se interesa por ellos más que por su manutención.

El lirismo del campo y el lujo de la mansión es la combinación ideal para alguien como Miss Giddens que por primera vez sale de su provincia. Mezcla los paisajes que añora con el boato que nunca gozó siendo hija de un clérigo. Todo se presenta maravillosamente. Flora es una niña bella y encantadora. Mrs. Grose, el ama de llaves, es una persona amable ¿Cómo puede ser tan perfecto?

Es que no existe nada que se puede calificar de ese modo. Bly tiene un pasado negro no tan lejano que amenaza la paz de Miss Giddens. Ella está reemplazando el lugar dejado por la anterior institutriz (Miss Jessel) quien se suicidara meses antes y que fuera tan querida por Flora. Además, el encargado de la casa Peter Quint tan cercano a Miles, murió en circunstancias extrañas poco antes del suicidio de Miss Jessel. Y eso no es poca cosa.

Mientras tanto, Flora se va revelando como una niña extraña, particular. Sonríe extasiada mientras ve a una araña comerse una mariposa y canta recurrentemente una canción sobre un amante que no volverá.

A esto se suma el inesperado retorno de Miles a Bly. Expulsado del internado por “conducta inmoral” (dentro de lo relativo y subjetivo del término), es otra criatura aún mas celestial que Flora. Pero también el responsable del inicio del terror para la institutriz, que desde su llegada, empieza a observar conductas extrañas – más bien perversas - en los niños, al mismo tiempo que se topa con las apariciones de un hombre y una mujer que identifica como los fantasmas de los fallecidos Peter Quint y Miss Jessel.

La mansión victoriana donde se ambienta la acción, juega un rol muy significativo, aumentando el clima gótico de la trama. Con sus extensos corredores, numerosas habitaciones y amplios jardines es ideal para el sobresalto que nos puede esperar tras una puerta chirriante; el viento que azota una ventana o la visión de alguna sombra desconocida en medio del campo cuando se cree estar solo.

De otro lado, es bien sabido que el terror no sólo proviene de lo aparentemente monstruoso, sino de aquello que se esconde hábilmente detrás de una máscara de belleza y aire angelical. La sonrisa de un niño también puede ser aterradora. Sin embargo, no hay nada más escalofriante que tener la certeza que la maldad está ante tus ojos y los demás no puedan verla. ¿Es que acaso no quieren hacerlo? o ¿Es que realmente no existe y sólo son tus demonios interiores que se hacen palpables?

Jack Clayton nos sumerge en la historia planteando estas dos cuestiones y lo hace registrando de cerca los rostros de los protagonistas para que así podamos percibir más intensamente sus emociones. A través de un lenguaje sugerido, cada gesto o movimiento cuenta para que hagamos una interpretación personal de lo que en verdad ocurre, aunque sea imposible evitar la sensación de desconcierto que también deja la novela de James, siendo ese el gran acierto de la película. Clayton no nos da su lectura, no toma parte. Miss Giddens puede ser víctima o victimaria. Miles y Flora pueden ser perversos y estar poseídos por los fantasmas, como bien ser unos pobres niños presas de la paranoia de la institutriz. Depende de cómo se quiera mirar, de cómo se interprete.

Y es que en The Innocents no existen explicaciones que valgan, resultando otra vuelta de tuerca en los films de terror, y eso es algo muy valioso.

16 de octubre de 2007

Las risas en las comedias de Billy Wilder

Billy Wilder es uno de los directores que más admiro. Director de drama, suspenso, cine negro y comedias, fue uno de los más prolíficos, hecho que no significó que su obra careciera de calidad, sino todo lo contrario. Satisfacer al público masivo era lo suyo y trataba de elevarle el nivel, sin subestimarlo. Algo que quizás deberían aprender muchos cineastas de la actualidad.

¿Quién no recuerda Una Eva y Dos Adanes (Some Like It Hot, 1959), llamada también Con faldas y a lo loco? Una de las mejores comedias de la historia del cine, con un final desternillante y perfecto. Hacer reír no es fácil y Wilder sabía cómo utilizar las bromas dentro de la comedia como casi nadie. Cronometraba las risas, como revela en este extracto de una conversación con Cameron Crowe (“Jerry Maguire”, “Almost Famous”), que comparto con ustedes:

CAMERON CROWE: En una ocasión, leí una entrevista con Truffaut que me resultó muy útil. Decía que, cuando se rueda e interpreta un guión, la película siempre acaba siendo más seria. Así que, si uno pone en el guión más elementos de comedia de los que pretendía, al final tendrá la mezcla justa de drama y comedia.

BILLY WILDER: (Muestra su acuerdo) Porque hay cosas de las que no se van a reír.

C.C: ¿Lo ha experimentado usted?

B.W: Sí, bueno… Yo hago un chiste si forma parte intrínseca de la historia, de la película. Pero no si tengo que encajarlo de forma artificial, con calzador. No me gusta. Nunca espero demasiado del público, ni tampoco demasiado poco. Tengo una idea muy razonable de la gente con la que tratamos y sé que no estamos haciendo una película para la facultad de Derecho de Harvard, sino para gente de clase media, la gente que se ve en el metro o en un restaurante. Gente normal. Y confío en que les guste. Si tengo una buena escena, una buena situación con los personajes, podemos jugar con ello e investigar. Eso es lo divertido. Porque se pueden hacer muchas versiones. Se encuentra el tema de la situación, se encuentra la gracia, se encuentra el momento culminante, y se termina la escena en ese momento. No dejo que babee.

Por ejemplo, una de las grandes risas de Con faldas y a lo loco. Había una escena de tres o cuatro minutos. Eso es una escena muy larga. Es cuando Curtis sube por la parte posterior del hotel, entra en la habitación, y se encuentra a Jack Lemmon con las maracas. Todavía está cantando la canción [de su velada con Joe E. Brown], y las maracas son muy importantes. Eran muy importantes porque me permitían cronometrar los chistes. En otras palabras, yo digo una cosa, tú dices otra, ahora necesito algo de acción que me permita destacar la gracia. Por ejemplo, llega Tony Curtis. Dice: “Bueno, ¿alguna novedad?”. (Imita a Lemmon) “Te sorprenderá oír la noticia, estoy prometido”. Papam-papam (agita unas maracas imaginarias). Al montarla, podía saber cuánto iban a durar las risas…, entonces colocaba otra frase seria, luego otra broma. Pero cronometré todo de forma que no se perdiera ninguna de las frases serias. Porque, a veces, uno tiene una frase seria y resulta que es la que provoca las risas. Entonces, estás muerto, porque el público no va a oír la réplica. Se han reído de la frase seria. Y luego pasan ya al principio de la siguiente broma, sin haberse preparado. Se ha roto el ritmo. Hay que tener muchísimo cuidado.


Ese era el gran secreto de los hermanos Marx: lo habían ensayado antes en el teatro. Allí uno podía medirlo. “Vamos a esperar que se apaguen las risas”. Uno hace cualquier cosa, enciende un cigarrillo…, lo que sea, mientras espera a que se calmen las carcajadas, y luego introduce la siguiente broma. ¿Cómo se hace en el cine? Lo que se le ocurrió a [Irving] Thalberg – que era un hombre muy inventivo – fue usar tres escenas, por ejemplo de A Day at the Races [Un día en las carreras] (1937) o A Night at the Opera [Una noche en la ópera] (1935). Cogía los tres números, se los daba a los chicos, y les enviaba a hacer una gira con un espectáculo de vodevil. Thalberg sabía que lo difícil de los hermanos Marx era que empezaban con un chiste. Un chiste, luego hay una gran carcajada, y luego una frase seria. Pero ¿qué vamos a hacer si no se ríen? ¿O si las carcajadas duran el doble de lo que se había previsto? Entonces taparán la frase siguiente, con lo que arruinarán la siguiente broma. Así que envió a los Marx de gira por todo Estados Unidos. Y puso a prueba la intensidad de las carcajadas. ¿La broma era de diez, de tres o qué? Las probaban en unos veinte teatros. Y entonces, sabían con qué contaban. Yo les robé ese método de cronometrar las carcajadas. Ellos las medían con un reloj.

C.C: Qué ingenioso.

B.W: De esa forma, no se perdía nada. En el cine mudo, por supuesto, era estupendo. Era una cosa maravillosa; Chaplin y Buster Keaton, cuantas más risas obtenían, mejor, porque ni siquiera tenían sobretítulos. Fantástico. Pero en el cine hay que encontrar una especie de justo medio. De cien bromas, siempre se pierden treinta.


Tomado de: "Conversaciones con Billy Wilder" de Cameron Crowe, Ed. Alianza Editorial.

9 de octubre de 2007

"We Accept Her, One Of Us" – Freaks (1932)

Hans (Harry Earles) y Frieda (Daysi Earles), los enanos del circo de Madame Tetrallini (Rose Dione) están comprometidos. Sin embargo, ha llegado al circo la trapecista Cleopatra (Olga Baclanova), quien deslumbra a Hans con su belleza y aparente amabilidad, amabilidad burlesca que después se transformará en el interés más desmedido cuando se entere que Hans es un rico heredero y luego logre persuadirlo para casarse. Lo que Cleopatra ignora es que existe un extraño código moral entre los deformes parte de la troupe del circo. Aunque claro, ellos se encargarán de que no tarde en enterarse.


Hace bastantes años el canal del Estado, canal 7 (hoy TNP), transmitía entre su pobre programación de entonces, algunos programas que valía la pena ver. Uno de ellos era Días de Cine de TVE. Por esos años (más o menos 1992), no existía el cable y Días de Cine aunque transmitido con bastante retraso (y muchas repeticiones, valgan verdades) se convertía en un espacio en el que se podía saber de aquellas películas representativas en la historia del cine o de estrenos europeos que no llegaban nunca por aquí.

Fue en una de las emisiones de este programa español que supe de la existencia de “Freaks”. Si mal no recuerdo, fue en un especial sobre lo grotesco en el cine, en que vi la famosa escena del banquete de bodas y me inquietó por completo. Ver a diversos seres deformes alrededor de una larga mesa cantando “Gooble, gobble, we accept her, we accept her, one of us, one of us…”, mientras se iban pasando una inmensa copa, fue demasiado y debo confesar, en ese momento me pareció terrorífico. En ese entonces, yo tenía 11 años y no mostraba una clara afición por el cine. Las pocas cosas que había visto además de ser una adicta a Pesadilla en Elm Street, Chucky y El Regreso de los Muertos Vivientes en Función Estelar de Canal 2, no eran gran cosa, Rain Man y Tootsie (¿?) se contaban entre mis favoritas y sí veía los programas de cine era no sólo porque me gustaran, sino porque seguía a mi hermana Yeniva – universitaria y asidua a la filmoteca – en todo lo que hiciera, literalmente.

Podrán entender entonces, el hecho que esa imagen haya quedado grabada en mi cabeza como lo más espeluznante que había visto. A medida que iba creciendo, si bien de cuando en cuando veía algo interesante, no me consideraba una cinéfila. Estaba más interesada en el teatro que en cualquier otra cosa, porque según yo, quería ser actriz, así que aún recordando la escena de Freaks, tampoco moría por verla.

No fue hasta hace algunos años que, gracias a la piratería ya me había convertido en algo parecido a una cinéfila (pues aún no sentía una pasión enfermiza como ahora). Y no fue hasta hace un poco más de dos años, que en uno de mis recorridos buscando qué comprar, me topé en uno de los catálogos con la portada del dvd de Freaks. En ese momento afloraron los recuerdos y obviamente la llevé con ansias a mi casa. Desde aquel instante comenzó mi fascinación con Freaks y por todo lo que hubiera hecho su autor Tod Browning. Y claro, se abrieron las puertas de la feliz obsesión que ahora padezco por el cine.


¿Qué es lo que hace que Freaks sea tan fascinante? Pues, para empezar, es la cualidad de atraparnos desde el primer instante. Se nos sitúa en una feria de atracciones. Un animador comienza a contarnos con bastante pompa la historia de una mujer que fue de las más bellas; sin embargo los gritos y exclamaciones de horror de los asistentes al espectáculo, nos hacen presentir que ocurrió algo terrible.

Es a partir de aquí, que nos trasladaremos al circo de Madame Tetrallini y sus más que deslumbrantes personajes. Encontramos a las siamesas Daysi y Violet, Joseph/Josephine (mitad hombre, mitad mujer), La mujer barbuda, Koo – Koo (una persona con una extraña deformidad que la hace parecer un pájaro), El torso viviente (un hombre sin brazos, ni piernas), diferentes enanos y otros ausentes de algunas extremidades superiores o inferiores.

Podría pensarse que sólo se trata de una cuestión de morbo, de un espectáculo que lo alimenta al ver rarezas. Tiene eso, claro (no se puede negar la naturaleza humana), pero Browning cuenta además una historia de maldad, ambición, apariencias, de amores imposibles, de espíritu de grupo y por qué no, también de belleza.

Es que aunque parezca contradictorio, Freaks es una película que nos habla de la belleza y sus aristas. Tenemos la belleza en lo físico que no siempre se condice con los sentimientos, así como en lo no convencional y hasta en lo bizarro. Y es que es imposible no pensar en belleza, cuando tenemos ante nosotros a estos seres bailando y cantando en medio de un bosque, con la felicidad de sentirse a gusto entre ellos, sin miedo de las miradas ajenas y hostiles que tanto temen y que los ha convertido en marginales.

El espíritu de grupo radica en esa marginalidad que los ha transformado en una sola fuerza, regida por un código moral implacable con aquellos que se atrevieran a ofenderlos, quienes nunca imaginaron las consecuencias de sus actitudes hacia ellos, los aparentemente “débiles”.


No es de extrañar la reacción del público ante su estreno en 1932. Se realizaron manifestaciones y movimientos para su censura, pues la tacharon de “horripilante” al mostrar a personas con deformidades reales y que por añadidura incitara a la venganza por mano propia, remitiéndose a la Ley del Talión. Curioso esto último, pues no olvidemos que EEUU ha sido el país que durante toda su historia ha aplicado con sumo rigor la pena de muerte. Quizás sea esto lo que más incomodó a la audiencia: el reconocer sus propios sentimientos en esos seres monstruosos.

Browning que hasta ese momento había sido un director con un relevante éxito, encontró en Freaks su fracaso más estrepitoso, el público no la respaldó y perdió el apoyo de los estudios MGM, quienes retiraron el material, ocultándolo por décadas como si fuera un objeto de absoluta vergüenza, algo que merecía ser enterrado y olvidado. Luego de ello, el director siguió trabajando para la MGM, pero ya no con la regularidad de antaño hasta su retiro en 1939. Siendo en ese período, quizás el film más destacable “The Devil Doll” (Muñecos Infernales, 1936), en el que muestra nuevamente sus tópicos recurrentes: Las apariencias, la maldad y sobre todo el deseo de venganza, aunque esta vez se haya cuidado de la censura al otorgar un final esperanzador y de redención para el protagonista.



El universo de Tod Browning es extraño y fascinante. Nadie como él para retratar lo más oscuro del alma humana, en una época en la que no era nada sencillo decir unas cuantas verdades a la cara de la gente. Y para quienes creyeron que Tim Burton fue el primero en crear un mundo de seres diferentes e incomprendidos, pero no por eso exentos de calidad humana, sólo acérquense un poco a Browning y verán que Burton le debe mucho a este maestro. Además, tal vez se animen a beber de esa inmensa copa con el placer de ser aceptados como “uno de ellos".

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* Una noticia para los lectores de "El Glamour...": A partir de hoy, he comenzado a colaborar con el blog La cinefilia no es patriota, precisamente con este texto sobre Freaks. Así que también dénse una vuelta por ahí, ya que siempre podrán encontrar artículos interesantes y con buen ojo crítico. De otro lado, agradezco a Mario Castro por la invitación para publicar en su espacio, a pesar de llevar poco tiempo escribiendo sobre cine.