16 de febrero de 2009

De perdedores y monstruos: The Host (2006)

La sencilla familia Park, se une para encontrar a la más pequeña de sus miembros, a quien se ha llevado como presa, un ser enorme y horrendo que emergió del río Han. A partir de esta idea, Bong Joon-ho, desarrolla una cinta sorprendente en la que el monstruo, no solo representa a esa criatura que engulle y destruye lo que encuentra a su paso y en la que los humanos no se limitan a ser héroes.

Y es que en The Host, todos son víctimas. El monstruo, por ser una mutación producto de desechos químicos arrojados al río, por orden de un irresponsable científico estadounidense y la familia protagonista que es avasallada por el poder, indefensos ante un sistema que se convierte en su principal perseguidor.

Así, cada cual tendrá como prioridad, supervivir. Sin embargo, y a pesar de ese marco, no nos encontramos ante un filme que privilegie el terror, la ciencia ficción o el género de aventuras, sino que estos se suman en dosis iguales al drama y el suspenso, además de contar con guiños de humor, que en conjunto funcionan como la perfecta maquinaria de un reloj.

No obstante, la pericia del director en esa unión de géneros que convierten a su película en inclasificable, no se detiene allí, ya que lo más importante lo reserva para el retrato de los personajes, todos perdedores natos. Una familia, en la que los miembros parecieran estar condenados a que la satisfacción se les escurra entre los dedos y que están más que dispuestos al reproche mutuo. Ahí están la deportista de tiro con flecha, que a pesar de su buena puntería, no alcanza medallas de oro; el profesional que se embriaga constantemente por no encontrar empleo en esa Corea del Sur, por la que peleó en manifestaciones universitarias; el padre de la niña, un sujeto infantil y sin aspiraciones, que entre siesta y siesta, atiende la pequeña tienda que el abuelo se esmera en mantener por ser su único medio de vida.

Todos ellos, con su carga de defectos, virtudes y diferencias, empiezan una búsqueda y cacería de la bestia, a la par que son perseguidos por autoridades que los señalan como portadores de un virus. Asistimos entonces, a dos cacerías paralelas, ambas implacables y que nos muestran a unos protagonistas que en la medida de su transformación y crecimiento, nos emocionan profundamente.

El filme no está ajeno a la crítica social. En la moderna ciudad, aún existen niños que roban comida y subempleados explotados al máximo, que son capaces de entregar a los amigos por una recompensa. Estados Unidos manipula al gobierno coreano, para desatar la paranoia por un virus improbable, solo para experimentar con agentes biológicos que jamás utilizarían en sus tierras. Y en medio de todo, los ciudadanos beben de esas verdades fabricadas y toman como una noticia más, cuando luego se habla de “lamentables errores”.

El cúmulo de acciones trepidantes y sus vaivenes, igual de intensos, nos reservan unas últimas secuencias, verdaderamente memorables por su magnitud épica y lirismo. Pocas veces se puede sentir tanta lástima por una criatura feroz, pero que al fin al cabo, solo quiere vivir como todos, sentimiento que se acrecienta, cuando el director nos hace ver por los ojos de la bestia para que contemplemos a esos humanos hambrientos de revancha, que se erigen como tristes verdugos.

Luego de la experiencia vivida en las alcantarillas, la redención llega para esos héroes fracturados que se encuentran preparados al fin, para una madurez tardía, para una paternidad que buscan saldar, en medio de una calma inquietante y desconocida. Mientras, del otro lado de la pantalla, nos apresuramos a desatar el nudo que tenemos en la garganta.