8 de noviembre de 2010

Pastillas para no soñar: Kill Bill Vol. 1 y 2

En un principio fue Black Mamba, pero transcurrirían unos minutos para que sea conocida como La Novia. Tras despertar a unos dedos entumecidos y lidiar una sangrienta batalla con 88 locos, la furibunda rubia de ojos azules tacha dos nombres en una lista de cinco sentenciados a muerte. Solo es el inicio de la revancha. Solo hemos visto el volumen 1.

Quentin Tarantino despliega todos los fuegos artificiales en la primera entrega de Kill Bill. En ella encontramos coreográficas peleas de artes marciales, secuencias de anime, liquido rojo en grandes cantidades, trompetas y rocanrol. El cineasta de Tennessee pone en marcha su imaginario alimentado con años de televisión, videoteca y cine club, para narrar la venganza implacable de una mujer herida por un vientre vacío y la bala que puso en su cabeza Bill, el hombre que amaba.


Para la segunda parte, las luces de bengala se han apagado ya. La danza de espadas adquiere un ritmo acompasado en un escenario que ya no es el suburbio ni la ciudad motorizada, sino el desierto pelado y la frontera ardiente. Todo toma el cariz de un western furioso y a la vez melancólico, en el que la heroína vence a la fatalidad a fuerza de rememorar su aprendizaje guerrero. Conoceremos su identidad, y ya como Beatrix Kiddo visitará ese tan temido territorio de los afectos al reencontrarse con Bill, para quien ha guardado un regalo. Especial dádiva que los espectadores también consideramos nuestra: una de las muertes más románticas de los últimos tiempos. Gracias por esa explosión del corazón, Beatrix. Gracias Tarantino.

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