Este romance entre dos perdedores, entre dos animales heridos; es una especie de amour fou. Y ese sentimiento es, precisamente, la condena de ambos. El particular equilibrio que llevaban en solitario -él, inserto en la corrupción de su oficio, y ella, sosteniéndose a punta de pinchazos- se termina con la aparición del otro, haciendo que la salvación se encuentre muy lejos de alcanzar. La decisión moral adoptada por Sosa -y alentada por Luján-, tras el fallido atropello “provocado” de un amigo, solo puede esperar una respuesta violenta de los capos de una jauría que buscará devorarlos para restaurar la abyecta normalidad. El director erige a sus protagonistas como héroes, como mártires dispuestos a resistir golpizas, presas de un mundo brutal. En ese sentido, la cruda violencia de Carancho es consistente durante todo el metraje. Los rostros sanguinolentos y huesos fracturados encuentran plena justificación.
La sexta película de Trapero es intensa y funciona muy bien en la sordidez que muestra. El único punto que chirría es el desenlace, en el que no convence la opción de la “paradoja” de un último accidente -más propia del thriller puro, que de una trama que tenía más visos de romance o drama heredero del noir. No obstante, la energía y el pulso desplegados en Carancho hacen imposible que no se la cuente entre lo mejor del festival, pese a ese final que no llega a convencer.
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