9 de octubre de 2008

En memoria de Youssef Chahine, maestro egipcio

Una trayectoria cinematográfica de 57 años no puede pasar desapercibida. Más aún si ésta se ha dedicado casi por completo a denunciar la desigualdad social, la intolerancia y el fanatismo de cualquier clase. No obstante, el pasado 27 de julio, la muerte del egipcio Youssef Chahine, nos encontró en un día de invierno cualquiera y nada se escuchó o vio en los noticieros locales. Solo una concisa nota en algún diario, dio cuenta del acontecimiento, a pesar de tratarse de uno de los directores más reconocidos a nivel internacional. Una vez más se confirmó que las distancias que nos separan del resto del mundo, no solo son territoriales.

Nacido en la cosmopolita Alejandría de 1926, en el seno de una familia de origen libanés, el joven Youssef Chahine, decide inmigrar a los Estados Unidos para estudiar actuación y cine en el Pasadena Playhouse de Los Ángeles. Una vez terminados sus estudios, retorna a Egipto, en donde hacia 1950, rodaría “Papa Amine” , cinta con la que dio inicio a una filmografía y un prestigio que en los años siguientes se asentarían básicamente entre su tierra natal y Europa, continente que mediante coproducciones le brindó respaldo a la calidad de sus películas.

Considerado como uno de los renovadores del cine egipcio, Chahine se aparta de las convenciones comerciales que en la década del cincuenta, primaban en las producciones que en masa realizaba la industria de su país, mediante musicales y comedias, para optar por plasmar situaciones que fueran de fácil identificación para el espectador común. Así, deja de lado la fantasía y se adentra en la realidad de las calles de Alejandría, influenciado por el neorrealismo italiano, corriente representada, entre otros, por Roberto Rossellini, de quien se confesaba gran admirador. Es en esta primera etapa, que consolidaría el éxito fuera de Egipto al ser nominado al Oso de Oro en el Festival de Berlín por el filme “Estación central” (1958), cuya trama se desarrolla en la estación de ferrocarriles de El Cairo y la fauna que día a día la recorre.

Posteriormente, el director continuaría con una estrecha colaboración que había empezado en “Yamila” (1958), cinta anterior a “Estación central”. Nos referimos al escritor Naguib Mahfuz, quien se encargó del guión de la epopeya histórica “Saladino, el victorioso” (1963) y de la película de intrigas “La elección” (1970). Guiones que trasladados al celuloide, transmitieron la rigurosidad y madurez de un cine, que años después sorprendería al mundo con la famosa trilogía de tintes autobiográficos, conformada por “Alejandría, por qué” (1978), “La memoria” (1982) y “Alejandría aún y siempre” (1989).

En 1994, su filme número 35, “El emigrante”, despertaría los ánimos más encendidos del islamismo, quienes vieron en esta cinta basada en la conocida historia del profeta José, una blasfemia contra el Corán, que prohíbe darle un rostro a cualquier personaje venerado por los musulmanes. Chahine conocería entonces, la persecución, cuando por orden de un tribunal, la película fuera retirada rápidamente de las salas egipcias, además de prohibir su exportación. Sin embargo, dada la presencia de la firma coproductora francesa, se lograron sacar algunas copias, lejos de su territorio natal.

Todo ese proceso de impotencia, frente al poder islámico, fue plasmado en su siguiente película, “El destino” (1997), en la que toma la figura de otra víctima de persecución, Averroes, el notable filósofo del siglo XII. Chahine hace que viajemos a un pasado de componendas políticas y religiosas, para denunciar la intolerancia de la que fue objeto. “El destino”, fue uno de los filmes seleccionados como parte de la competencia oficial del Festival de Cannes. No obstante, otro galardón se estaba reservando para el realizador egipcio.

“Humanidad, tolerancia, coraje y clemencia”, fueron algunas de las palabras pronunciadas por la actriz Isabelle Adjani, al entregar el premio por toda una trayectoria, en el quincuagésimo aniversario del Festival de Cannes. Palabras que a cuyo eco, se unieron los aplausos de una multitud que de pie, homenajeó al cineasta Youssef Chahine, que visiblemente emocionado presenció como un sueño acariciado por casi medio siglo, se hacía realidad en 1997. Acontecimiento del que una década más tarde y como retribución a este festival francés, Chahine se encargaría de hacer un cortometraje de tres minutos, al que tituló “47 años después”, como parte del filme colectivo “A cada uno su cine”.

En su siguiente cinta, “El otro” (1999), una historia romántica sirve de pretexto para abordar la crítica social sin disimulos, ni moderaciones. Para Chahine, el dinero, el poder y el fanatismo son los corruptores absolutos de la naturaleza humana. Aquí, tanto las personas acomodadas como la gente sin recursos están equivocadas, ya sea por la riqueza o por la devoción extrema hacia su religión. Otro punto que hace este filme por demás interesante, es el retrato del amor obsesivo de una madre por su hijo, un afecto que por momentos linda con lo erótico y lo malsano.

Uno de sus últimos trabajos, fue el que realizó en 11’09’’01 (2002), filme colectivo que produjo el francés Alain Brigand, reuniendo a once realizadores de todo el mundo para concederle a cada uno 11 minutos, 9 segundos y 1 fotograma, con el objetivo que idearan once cortos relacionados con la fecha fatídica. Entre los convocados se encontró Chahine, que fiel a su estilo, elaboró un corto en el que no todo era lamento por los atentados, sino que por el contrario lanzaba unas cuantas verdades al gobierno estadounidense, cuestionando su política exterior. Como era de esperarse el trabajo del director fue muy polémico, incluso, fue tachado de anti-norteamericano y panfletario musulmán. Nada más lejos de la verdad.

Defensor incansable de la libertad y la tolerancia, además de pensador lúcido, Youssef Chahine y su coherente filmografía, esperan ser descubiertos por muchos de nosotros, que tanto tiempo estuvimos ajenos a una obra, que con el transcurrir del tiempo se vislumbra aún más valiente y poderosa.

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