
No dejen pasar la oportunidad de leerla. Pueden adquirirla en las principales librerías, kioscos y supermercados.
Las femme fatale, esas criaturas hermosas y peligrosas son el elemento recurrente en el film noir. Por lo general, la imagen que se tiene de ellas es de seres insensibles, fríos y calculadores. Algunas como Phyllis Dietrichson (Double Indemnity) y Kathie Moffet (Out of the Past), cumplen a cabalidad esa premisa. No obstante, existen otras que en verdad están apasionadas por el amante, ese es el caso de Annie Laurie Starr, ella ama a Bart y quiere hacerlo feliz, quiere ser esa mujer que se queda en casa y espera a su esposo después de trabajar, pero también desea tener una vida holgada, llena de lujos que dice merecer y por la que no está dispuesta a esperar demasiado, todo lo quiere pronto, eso está en lo intrínseco de su naturaleza. Annie luchará, intentará vencerla como le dice a Bart antes de casarse: “…Bart, yo nunca fui muy buena, al menos, hasta ahora. No te estás llevando ninguna joyita. Pero, presiento que quiero ser buena. No sé, quizás no pueda, pero lo intentaré. Me esforzaré, Bart…”. Sin embargo, ya lo dijo la célebre Elsa Bannister en la obra maestra de Orson Welles que es “The lady from Shanghai”: “La naturaleza humana es eterna, por eso, quien la sigue la conserva hasta el final…”.
La resistencia de Annie no es suficiente y vencida arrastra con ella a Bart hacia el camino del crimen, asaltando y sembrando muerte a su paso. Para él, perdedor enamorado que por un episodio traumático de la infancia es incapaz de dispararle a un ser vivo, resulta imposible contener la furia y el impulso por matar de su amada, por la que ve aumentado su deseo al revelarse su naturaleza. Lo asusta; sin embargo, cada vez se hace imposible no ceder a sus exigencias. Ella tampoco puede estar separada de él, cada atraco es adrenalina pura. Están viviendo un amour fou y tal como dijera Buñuel la sociedad está horrorizada.
Pieza de la que evidentemente se nutrió Arthur Penn para realizar “Bonnie & Clyde” en 1967, “Gun Crazy” es una joya que debe ser valorada en toda su dimensión y colocada en el sitial privilegiado que merece (a propósito de la lista realizada este año por el AFI), así como reconocer la importancia de un gran director como Joseph H. Lewis, quien fue capaz de hacernos vibrar con cada plano como pocos pudieron hacerlo.
Un fotógrafo mata a sus modelos con un estilete incorporado a su trípode mientras filma la escena, y lo hace por el solo hecho de que lo que lo excita es poder capturar el rostro del miedo. Metáfora brillante sobre la voracidad de la cámara, el vampirismo de los focos que acechan a su presa: la star. El voyeur por excelencia.
La película no es sólo eso. Hay que verla. Powell es otro de los grandes maestros que no debemos olvidar.
¿Cuántas veces hemos escuchado cuentos de hadas? Historias de la lucha del bien y del mal encarnados en personajes claramente antagónicos. En 1955, Charles Laughton nos contó uno escalofriante, fascinante: “The Night Of The Hunter”. Un relato negro situado en el contexto de la Gran Depresión Norteamericana, en el que los niños deambulan por las calles mendigando por un poco de pan y algunos padres aceptan ejercer trabajos viles por unas cuantas monedas para su familia.
El desolador panorama en que se encuentran los personajes, está cubierto por un halo fantástico que lo invade todo, quedando claro desde un inicio cuando en medio de un cielo estrellado aparece la figura de una anciana que cual hada nos introduce en el film. A partir de allí este carácter se manifiesta a través de toda la historia, más nítidamente en las escenas en que aparece el personaje de Harry Powell, quien se presenta por primera vez ante Pearl y John como una sombra enorme y amenazante en la habitación, precisamente cuando el pequeño le cuenta a su hermana una historia antes de dormir, como si se tratara del siniestro hombre del saco que tanto asusta a los niños.
Esta dimensión de ogro se ve reforzada sobre todo en la persecución a los pequeños. Cuando los protagonistas logran huir en medio de la noche, el “predicador” lanza un grito rabioso que más se asemeja al de una bestia que al de una persona. En su afán por encontrarlos seguirá el curso del río, lo que hace que los niños ni siquiera puedan descansar fuera de la barca. “Es que acaso nunca duerme”, dice John cuando escucha de madrugada el canto cada vez más cercano del villano.
Y ya que mencionamos el pasaje de la huida, es aquí donde también sentimos que estamos viendo las láminas de un libro de cuentos infantiles, claro que en blanco y negro. Los pequeños navegan dejándose arrastrar por un río de aguas tranquilas y brillantes, escuchamos a Pearl cantar dulcemente mientras se nos muestra a diversos animales que los observan. Un par de liebres, un sapo y una araña, parecieran querer recordarnos que los niños son parte de esa fauna que se caracteriza por su fragilidad.
En toda historia fantástica, los arquetipos son fundamentales. Miss Cooper (interpretada por Lillian Gish) es a quien vimos al empezar la película. Ella es la encarnación de la bondad, la que por sus virtudes y calidad moral es capaz de reconocer el mal a primera vista. Es la persona adulta que no cree en el histrionismo de Powell y por ende la única capaz de proteger y salvar a los niños - corderos indefensos del predicador – lobo.
La fiera acecha a sus presas, está de cacería. Como buen cazador elige un buen atuendo, el de un predicador. “¿Qué será ahora, señor?, quizás una viuda… No te importa que yo mate, después de todo tu libro está lleno de muertes…” dice Harry Powell mirando al cielo. Ese cielo donde encuentra la justificación perfecta para cometer sus delitos, revistiéndose de un aire de justiciero puro que en verdad oculta sus represiones y debilidades que son expuestas para el espectador en la escena del club nocturno.
Este personaje con esa voz grave, ese histrionismo, esas manos tatuadas con LOVE y HATE es magnético, demostrando que el mal puede seducir con facilidad. Robert Mitchum con su poderosa actuación hizo que Harry Powell se convirtiera en un villano emblemático para la historia del cine.
Laughton que planteó la película como una gran fábula de aristas sociales y morales se sirvió del contexto en que se sitúa la historia para denunciar que las verdaderas víctimas de la pobreza, los más desvalidos ante la maldad, son los niños pues son ellos quienes mendigan en grupo por el campo y que dependen totalmente de la protección de los adultos que generalmente se mantienen indiferentes, remitiéndonos a las novelas de Dickens, influencia notoria en el director también inglés.
Del mismo modo la crítica a un EEUU pacato, lleno de convencionalismos y con una hipocresía soterrada no se hace esperar. Poco después de la ejecución de Ben Harper, los puritanos vecinos de la viuda, no dejan de insistir en el hecho que Willa no puede seguir sin un esposo que la ayude a criar a sus hijos como buenos cristianos. Es por eso que apenas aparece el predicador, animan a la mujer para que vea en éste al reemplazo de Harper, refiriéndose a él como un mejor hombre. No obstante, cuando se descubre ante ellos la verdadera naturaleza de Powell luego de su detención, no dudan en ser los líderes de una turba que vocifera enloquecida mientras transcurre el juicio y que está dispuesta a lincharlo con hachas y palos en mano (lo que nos recuerda a “Furia” de Fritz Lang). ¿Dónde quedaron esos valores cristianos de los que hacían tanto alarde? El director no evita poner al descubierto esta doble moral, como si el pasaje de la Biblia con el que empieza la película, fuera en realidad el colofón de todo lo que hemos visto: “Recordad que por sus frutos los conocereis”.
Mención aparte merecen la fotografía de Stanley Cortez, con tintes claramente expresionistas, responsable de la atmósfera inquietante y de fantasía que se mantiene durante toda la película, así como la música de Walter Schumann que con esas notas grandilocuentes también colaboró a dar el clima de pesadilla infantil.
“The Night Of The Hunter”, fue la única experiencia como director de Charles Laughton, ese actor magnífico amado por Wilder y odiado por Hitchcock por la misma razón: excesiva pasión. Pasión que dejó fluir detrás de las cámaras en esta cinta que se conserva con la belleza y, por qué no, con la dureza del diamante más fino.
El lirismo del campo y el lujo de la mansión es la combinación ideal para alguien como Miss Giddens que por primera vez sale de su provincia. Mezcla los paisajes que añora con el boato que nunca gozó siendo hija de un clérigo. Todo se presenta maravillosamente. Flora es una niña bella y encantadora. Mrs. Grose, el ama de llaves, es una persona amable ¿Cómo puede ser tan perfecto?
Es que no existe nada que se puede calificar de ese modo. Bly tiene un pasado negro no tan lejano que amenaza la paz de Miss Giddens. Ella está reemplazando el lugar dejado por la anterior institutriz (Miss Jessel) quien se suicidara meses antes y que fuera tan querida por Flora. Además, el encargado de la casa Peter Quint tan cercano a Miles, murió en circunstancias extrañas poco antes del suicidio de Miss Jessel. Y eso no es poca cosa.
Mientras tanto, Flora se va revelando como una niña extraña, particular. Sonríe extasiada mientras ve a una araña comerse una mariposa y canta recurrentemente una canción sobre un amante que no volverá.
A esto se suma el inesperado retorno de Miles a Bly. Expulsado del internado por “conducta inmoral” (dentro de lo relativo y subjetivo del término), es otra criatura aún mas celestial que Flora. Pero también el responsable del inicio del terror para la institutriz, que desde su llegada, empieza a observar conductas extrañas – más bien perversas - en los niños, al mismo tiempo que se topa con las apariciones de un hombre y una mujer que identifica como los fantasmas de los fallecidos Peter Quint y Miss Jessel.
La mansión victoriana donde se ambienta la acción, juega un rol muy significativo, aumentando el clima gótico de la trama. Con sus extensos corredores, numerosas habitaciones y amplios jardines es ideal para el sobresalto que nos puede esperar tras una puerta chirriante; el viento que azota una ventana o la visión de alguna sombra desconocida en medio del campo cuando se cree estar solo.
De otro lado, es bien sabido que el terror no sólo proviene de lo aparentemente monstruoso, sino de aquello que se esconde hábilmente detrás de una máscara de belleza y aire angelical. La sonrisa de un niño también puede ser aterradora. Sin embargo, no hay nada más escalofriante que tener la certeza que la maldad está ante tus ojos y los demás no puedan verla. ¿Es que acaso no quieren hacerlo? o ¿Es que realmente no existe y sólo son tus demonios interiores que se hacen palpables?
Jack Clayton nos sumerge en la historia planteando estas dos cuestiones y lo hace registrando de cerca los rostros de los protagonistas para que así podamos percibir más intensamente sus emociones. A través de un lenguaje sugerido, cada gesto o movimiento cuenta para que hagamos una interpretación personal de lo que en verdad ocurre, aunque sea imposible evitar la sensación de desconcierto que también deja la novela de James, siendo ese el gran acierto de la película. Clayton no nos da su lectura, no toma parte. Miss Giddens puede ser víctima o victimaria. Miles y Flora pueden ser perversos y estar poseídos por los fantasmas, como bien ser unos pobres niños presas de la paranoia de la institutriz. Depende de cómo se quiera mirar, de cómo se interprete.
Y es que en The Innocents no existen explicaciones que valgan, resultando otra vuelta de tuerca en los films de terror, y eso es algo muy valioso.