Un par de profundos surcos extienden una sonrisa torcida en ese rostro en el que la pintura blanca predomina sobre esas manchas negras y rojas que son sus ojos y labios. El cabello sucio se mezcla con un color entre amarillento y verdoso. Ropa barata y zapatos ridículos completan el atuendo de la más pura insania, esa que llama al caos por el caos. El mal nos presenta a su príncipe corruptor mientras éste se ríe, siempre se ríe.
El Joker de “Batman: The Dark Knight”, tiene la piel de Heath Ledger. Ambos forman una alianza simbiótica en la que cada uno de sus límites pareciera desvanecerse para mostrar una villanía particular, con móviles que van más allá del dinero, más allá del poder. Una cara de la maldad que desea poner de cabeza todo, generar el pánico colectivo de una Gotham que pocas veces quiere mirar su podrido interior y a la que solo anhela ver arder. El fuego se convierte en un ente omnipresente en la ciudad y el Joker, cual implacable inquisidor, lo aviva torturando a sus habitantes, obligándolos a reconocerse como las personas intachables que no son, a quitarse la máscara, mientras danza pintarrajeado y sin nombre.
El Joker de “Batman: The Dark Knight”, tiene la piel de Heath Ledger. Ambos forman una alianza simbiótica en la que cada uno de sus límites pareciera desvanecerse para mostrar una villanía particular, con móviles que van más allá del dinero, más allá del poder. Una cara de la maldad que desea poner de cabeza todo, generar el pánico colectivo de una Gotham que pocas veces quiere mirar su podrido interior y a la que solo anhela ver arder. El fuego se convierte en un ente omnipresente en la ciudad y el Joker, cual implacable inquisidor, lo aviva torturando a sus habitantes, obligándolos a reconocerse como las personas intachables que no son, a quitarse la máscara, mientras danza pintarrajeado y sin nombre.
Heath Ledger le brinda esa dimensión a un Joker que en los sesentas habíamos visto caracterizado por César Romero y que casi tres décadas después volvería con un Jack Nicholson que calzaba perfectamente en el universo de Tim Burton, tan juguetón como siniestro, pero que finalmente era Nicholson en versión más cínica de la habitual. El villano esperaba por alguien que quisiera cobijar por completo su oscura personalidad. Y fue Ledger quien lo acogió y entendió con todo el ímpetu de sus 28 años.
En una entrevista, César Romero contaba que interpretar al “Príncipe del Crimen” en la conocida serie de televisión, había sido una experiencia muy divertida. Es curioso enterarse de eso, luego de saber que para Heath el proceso de creación no tuvo nada de gracioso y si bastante de enfermizo. Se encerró 30 días en un hotel para ensayar voces y gestos acordes a su personaje, mientras el estrés lo consumía y el sueño no llegaba, teniendo que medicarse para poder dormir.
Imagino al joven Ledger frente al espejo, ensayando esas muecas que rozan el infantilismo y abrazan la locura, preparando su cuerpo para ese talante desgarbado cubierto de harapos y que sin embargo, debía transmitir la fuerza arrasadora de una anarquía que por fin había encontrado un adalid de su categoría, capaz de hacer que la bondad y la rectitud duden de ellas mismas, que admitan la fragilidad de su existencia.
Así, en “Batman: The Dark Knight”, es el murciélago quien huye entre las sombras de la ciudad, que son idénticas a las que pueblan su mente. Es la primera vez que el mal le abre los ojos, que lo recuesta en un diván, pero que además lo contempla compasivo, desde una orilla que, tras el maquillaje y el disfraz, pareciera cada vez más cercana. Saboreando esa victoria agridulce, el Joker no solo lograría su objetivo, sino que también ganaría un héroe personal para quien reservaría las carcajadas finales, esas que solo podían salir de la garganta de Heath Ledger.