El tránsito por la espiritualidad,
que realiza Bruno Dumont, tiene, en la violencia, a uno de sus principales
elementos. Su cine, precisa, debe ser “violento”. En medio de la parsimonia de
su narración y la quietud de muchas de sus imágenes, los arrebatos de los
personajes no se presentan como estallidos vacíos, ni simples muestras de
provocación. Todo lo contrario. Lo que pretende Dumont es recordarnos con esos
visos de crueldad; es que aún persisten, enraizados en lo profundo de nuestra
naturaleza, esos reptiles que un día fuimos por entero, esos seres
prehistóricos de los que no podemos –o mejor sería decir, “no queremos”–
sacudirnos.
"Hors Satan" no se aleja de ese sendero. Su protagonista –un hombre
sin hogar, iluminado por su fe y que actúa como protector de una joven–,
encuentra, en las pulsiones físicas, en el castigo tangible, una forma de
justicia que equilibra el mundo, que coloca en igualdad de condiciones a presas
y cazadores. Unos predadores que no parecen dejar lugar a salvo, pues el vasto
campo de bellos paisajes, las calles apacibles del poblado, e incluso, el
propio hogar, no están libres de batallas perdidas para los menos fuertes. Es
entonces que el justiciero aparece, cambia la piel frágil que lo envuelve, y
deja salir al “monstruo” que acabará con otros “monstruos”.
Sin embargo, la oscuridad no se
restringe a lo terrenal. El Mal –en el sentido al que alude el título de la
película– emerge para poseer a quienes puedan tentar al creyente, al héroe
tocado por la gracia. En una secuencia central, la fe se reviste de carnalidad,
mientras la cámara se encarga del registro frontal que caracteriza al cine de
Dumont, en el que los cuerpos no son depósitos de sensualidad, sino medios de
expresión para la furia, para esa aspereza que guardamos y que, a veces, resulta
incómoda de aceptar.
Señalar la vinculación entre la
cinta francesa y "Ordet" (1955), una de las obras mayores de Dreyer, no supone una novedad, pero
es imposible no mencionarla. Más allá del rescate de la muerte que ocurre en
los últimos minutos, se puede decir que el protagonista de "Hors Satan" es una especie de Johannes moderno, consciente de que,
en estos tiempos de descreimiento, sirven de muy poco los discursos fervorosos.
Por ello su laconismo, sus rezos interiores. También, por eso, su cualidad extraordinaria
se presenta, a manera de chispazos, entre la visceralidad del día a día. Aquí
vale preguntarse: ¿qué prevalece? ¿su condición de hombre?, ¿o su condición de
“elegido”? Bruno Dumont no brinda conclusiones, y eso está bien. La ambigüedad
solo contribuye a la importancia de esta película, de por sí inmensa.